viernes, 20 de noviembre de 2009

La alcachofa

La alcachofa se llamaba All, era chiquita, verde y morada en sus puntas, y con un gran sentido del humor.

Por las mañanas, cuando se despertaba con la primera brisa, esperaba impacientemente en su plantita a que le llegase el turno de ser recogida en el campo. Ella gritaba con su poquita voz que ya le había llegado el momento, que ya era hora que le sacaran de allí.

All, desde que había nacido, solo había conocido aquel verde valle. Tenia unas vistas magnificas hacia la ladera norte de una imponente montaña que, a la vez que la resguardaba de las inclemencias del tiempo, le hacia pensar en lo que le ocultaba con aquella majestuosidad.


Así que todos los días, cuando veía el atardecer y quedaba anonadada contemplando la puesta de sol, una lagrimilla le resbalaba siempre por la mejilla derecha, a la misma vez en que pensaba con tristeza lo poco afortunado que había sido el día. Tras secarse la lagrima con su pañuelo blanco, bordado con sus iniciales, se adormecía pensando que quizás el día siguiente seria el elegido, y que tan solo tendría que esperar a que el sol brillara de nuevo.

Se decía a si misma que las probabilidades cada día jugaban mas a su favor, y el semblante, solo de pensar en aquella posibilidad, se le cambiaba y una sonrisa le iluminaba la cara en el preciso instante en que ella soñaba como saldría de aquellos campos triunfante.


Se imaginaba a ella misma gordita y bien prieta de camino al mercado, ya veía como los vendedores tendrían que calmar a los cientos de amas de casa que se pelearían entre ellas para comprar esa alcachofa que se vendería por si sola.



Los días pasaban y All poquito a poquito crecía y se convertía en una preciada alcachofa. El sol apretaba y ella se escondía entre las hojas para que el sol no destrozara con la fuerza de sus rayos su delicada piel. Sin darse cuenta, los días placenteros del mes de septiembre dieron paso a las frías mañanas del de octubre. Las lluvias sacudieron con violencia varias veces los campos mientras All se agarraba fuerte y resistía heroicamente las embestidas.



Cada atardecer, cada día justo después de secarse la lagrimilla que le caía en la mesilla derecha, poco a poco se convencía mas fervientemente de que el preciado día acabaría por llegar y su alegría no tendría fin.



Octubre fue bastante lluvioso, así que aquella mañana All se encontraba lavadita, las gotitas de rocío le daban toques de estrella de cine y allí se encontraba All acicalándose cuado de repente un ruido de motor interrumpió la paz de aquellos campos.



All llamó a la tramontana y le imploró que soplara furioso en un vano intento para poder alejar de allí ese molesto ruido que irrumpía en la armonía del valle. A los pocos segundos y a pesar de que la tramontana soplo con furia, el ruido no solo no se aplacó sino que la paz de All se vio doblemente alterada cuando se unieron los gritos de las restantes alcachofas que asustadas presagiaban que el día había llegado y temían perder la tranquilidad y la paz del valle con la cual habían vivido hasta entonces.



All al contrario de sus vecinas siempre había soñado con este día, había creído que una guapa lugareña con tez tostada y manos suaves le apartaría de su matita para depositarla con cariño en una cesta con un lazo rojo con la que haría el camino hacia el pueblo, y de allí al mercado.



Pero no fue así, en vez de unas manos suaves, una maquina con ruido infernal se aproximaba, y All, quizás inducida por los alaridos de sus vecinas o quizás llena de rabia, al temerse lo que se avecinaba, por primera vez empezó a llorar con sus dos ojos, por ambas mejillas empezaron a correr lagrimas saladas.



La maquina separo bruscamente a All de su matita y ésta, sin darse cuenta como, se vio metida en una caja. La mala suerte quiso que All se viese relegada a lo mas hondo, mas incomoda que nunca. All no se lamentó por soportar el peso de las demás alcachofas, sino por la imposibilidad de disfrutar del viaje y ver otros horizontes.



Con la caja repleta, All no podía ver nada. Entre vaivén y vaivén del camión, All se imaginó cuando habían salido de su querido valle y en ese preciso instante un acongojo le sobrevino al pensar que ya estarían justo detrás de la majestuosa montaña, y se adormeció sintiéndose muy desdichada al ver como el destino le había privado de tan anhelada vista.



All estaba cansada y triste y no quería escuchar las quejas de sus compañeras de viaje, todas se lamentaban y lloraban de amargura por haber dejado su preciado valle.



All tuvo la idea de decirle a la alcachofa que viajaba en la parte superior de la caja que echase un vistazo y que le contase todo aquello que estaba viendo, pero todas las alcachofas estaban atemorizadas con el hecho de abandonar el valle y entre quejas y lamentos a ninguna le interesaba ni lo mas mínimo contemplar el paisaje y las historias de la pobre All.



Después de bastante, el camión se paró y manos fuertes y morenas trasladaron todas las cajas a una cámara frigorífica. La oscuridad se hizo total. All lloro amargamente mientras un fresquito poco natural, constante y sin alteraciones le entumecía su enorme corazón.



All perdió la noción del tiempo, no sabia cuando era de día, ni cuando era de noche, echaba de menos su montaña, su valle y su plantita. El rocío no le cantaba, y los pajaritos no le traían noticias de otros lugares. Se sentía desdichada y añoró no haber sido una alcachofa normalilla, sin demasiados sueños idealistas imposibles de realizar.



Así que justo desde que entró en la cámara, All, al recordar su valle con sus atardeceres, lloró y lloró, sin tener nada que la consolara.



Un día la puerta de la cámara, después de lo que a All le pareció una eternidad, se abrió, la luz cegó los ojos de la pobre All, que pensó que iba a quedarse así sin vista. En apenas unos segundos todas las alcachofas revitalizadas con el mísero calorcito que entraba con esa luz comenzaron a acicalarse. Un rumor se repandió (espandió) como la pólvora y todas trataban de mostrar su mejor carita, ya que sabían que solo las mas bellas serian elegidas.



All, que no había dejado de llorar desde que había llegado a la cámara frigorífica, no tuvo ni fuerzas para tratar de poner buena cara, ni siquiera sacó su pañuelo blanco para secar su llanto, cuando unas manos fuertes la apretaron y la sacaron de su letargo. Las demás alcachofas empezaron a gruñir y a increpar con sus poquitas voces, que esas manos estaban equivocadas y que All no era ni mucho menos la más hermosa de entre ellas.



All no cabía en su asombro, había sido elegida para concursar en la feria regional de hortalizas que se celebraba cada año. Con sus lloros había conseguido que su piel se cubriera de sal, la cual al reflejar la luz del sol emitía unos brillos espectaculares que hacían de All una alcachofa original a la par que elegante.



All fue depositada en una cesta de caña, entre cojines rojos con motivos dorados hizo el viaje a la feria regional, desde esta posición pudo ver muchos campos infinitos con tonos rojizos: campos de olivos, de almendros, de encinas, y su emoción fue infinita cuando ante sus ojos se postraron otros verdes y frondosos valles.



La exaltación de All era total, en ese preciso momento entendió a los pajarillos que le habían contando como eran los otros valles, y comprendió perfectamente las canciones que cantaba el rocío.



All se sintió libre y deseosa de volver a su prado. Pues en aquel momento halló que todos los valles son bonitos, que cada cual tiene su propio encanto, que hay que saber encontrarlo, vislumbró que siempre se anhela lo que no se tiene, y que las flores, las mariposas y las puestas de sol no son siempre mas bonitas detrás de la montaña.



Así que All, con su poquita voz, llamo a los pajarillos de su valle, y todos acudieron en su ayuda: All les pidió que le llevasen a su prado, que necesitaba ver, al menos una vez mas, la mas bonita de las puestas de sol. La suya.



En la feria regional, al descubrir que la alcachofa había desaparecido, corrieron a poner en su lugar a una gorda patata a la cual coronaron como reina de las hortalizas. La patata se emocionó, tras haber crecido enterrada e imperturbable, al ver como una alcachofa volaba alejándose, ayudada por unos pajarillos, rumbo hacia el oeste

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